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Sunday, April 12, 2020

El futuro del capitalismo y la crisis de la pandemia

https://www.letraslibres.com/espana-mexico/politica/la-pandemia-y-el-futuro



La crisis del coronavirus ya está transformando el mundo, que será más proteccionista y menos abierto y liberal.
19939

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a pandemia y el futuro


La pandemia y el futuro


Al principio nos preguntábamos cómo pudo empezar todo esto. Ahora llevamos semanas especulando sobre cómo terminará y las secuelas que dejará. No está muy claro. Aplanar la curva de expansión del SARS-Cov-2 (una situación a la que se acercan Italia y España) es solo una estrategia para ganar tiempo, pero no acabará con el virus. En las últimas semanas, países asiáticos como Corea del Sur o Singapur, elogiados por su disciplina y capacidad de control de la pandemia, están endureciendo sus medidas de distanciamiento social y confinamiento. China empieza a retirar sus medidas de confinamiento lentamente pero la vida no ha vuelto a la normalidad: las fronteras siguen cerradas, hay limitaciones de aforo, controles de temperatura en lugares públicos, el gobierno ha colocado guardias de seguridad a la entrada de las viviendas y oficinas y ha repartido carnés para residentes y trabajadores.
No hay un itinerario claro de salida. Los epidemiólogos temen el exceso de confianza cuando se aplane la curva, y posibles repuntes del virus si se retiran demasiado pronto las medidas. Los economistas temen que una congelación demasiado larga de la economía (es básicamente un coma inducido, como ha señalado el economista Paul Krugman) nos coloque en crecimientos negativos hasta 2022 e impida incluso que muchos negocios vuelvan a abrir. La crisis será más profunda que la Gran Depresión en los años treinta. España, se calcula, perderá en 2020 casi un 10% de su PIB (en 2011, el año más duro de la crisis de deuda europea, Grecia, el país que más sufrió la crisis, se contrajo un 9,1%). 
La crisis de la COVID-19 es diferente a la Gran Recesión de 2007 no solo por una cuestión de magnitud. Los gobiernos están reaccionando más rápido, tomando medidas más heterodoxas y ampliando mucho más la capacidad del Estado que durante la anterior crisis, que se intentó resolver con “austeridad expansiva” (que consistía en devaluación interna, reducción del gasto y una cuestionable confianza en que con eso el crecimiento volvería a su cauce).
Ante el aumento de los poderes del Estado, la izquierda ha empezado a anticipar el fin del neoliberalismo y el inicio de una nueva era socialdemócrata, pero cae en el error común de considerar la socialdemocracia exclusivamente como sinónimo de Estado grande y gasto público elevado (el biógrafo de Keynes Robert Skidelsky se ha quejado de que se hable de la vuelta del keynesianismo solo porque vuelve el Estado o el gasto público: “muchos de los nuevos conversos simplemente asocian a Keynes con los déficits presupuestarios cuando, de hecho, la aritmética keynesiana también puede implicar superávits”).
A menudo lo que pronosticamos es simplemente lo que deseamos que ocurra: los marxistas llevan más de cien años hablando del fin del capitalismo y del concepto “capitalismo tardío” (hoy más irónico y cultural que económico) solo porque sueñan con su fin. Pasa algo similar con la idea de que existirá un aprendizaje social tras la crisis. Generalmente, creemos que aprenderemos algo pero ese algo suele coincidir con lo que ya pensábamos antes: el aprendizaje, desde esta perspectiva, es solo un proceso de reafirmación de los prejuicios o una manera de sermonear. Quien suele pronosticar un aprendizaje colectivo lo que realmente desea es que los demás aprendan algo que él considera que ya sabe.
Un nuevo rol del Estado
Esto no significa que el mundo no esté cambiando. Algunos de esos cambios serán permanentes. Muchos de ellos ya se estaban produciendo antes de la crisis y ahora se radicalizarán (la “desglobalización”, el rechazo a la austeridad, el nacionalismo del bienestar). Algunas de las medidas más heterodoxas que están tomando los gobiernos para aguantar la crisis provocada por la pandemia ya se reivindicaban desde hace unos años para resolver algunos problemas estructurales del capitalismo occidental.
El primer presupuesto de Boris Johnson tras arrasar en las elecciones el año pasado, planeado antes de la crisis pero influido luego por ella, ya inaugura una época de “chovinismo de bienestar” y el fin de la austeridad de los años de Cameron. El primer ministro británico ha prometido que en esta crisis el gobierno no cometerá el error de olvidarse de la gente común al rescatar la economía, como sí ocurrió en 2008 con el rescate del sector bancario. El Banco de Inglaterra va a emitir dinero para financiar directamente al gobierno (no solo a través de compra masiva de deuda), algo que rompe completamente con un consenso económico de décadas.
En EEUU, al margen de la inyección masiva de liquidez en los mercados y programas de estímulo, el gobierno ha subvencionado directamente a la población con una renta básica universal de 1.200 dólares. Es un parche insuficiente para resolver la crisis sanitaria y social del país, con millones de ciudadanos sin seguro médico y con una seguridad social muy débil y demasiado contributiva y unida al empleo, pero no deja de ser una medida heterodoxa. El gobierno canadiense hará algo similar y pagará 2.000 dólares durante cuatro meses a los empleados que hayan perdido su trabajo por culpa de la pandemia.
En España, el exministro de economía Luis de Guindos o el exresponsable de economía de Ciudadanos Toni Roldán coinciden con economistas más progresistas a la hora de pedir también una renta básica universal de carácter temporal (de momento es posible que se quede en un ingreso mínimo temporal de 500 euros para rentas de menores de 200 euros).
La idea de una renta básica universal llevaba años debatiéndose. En la derecha, hay quienes la apoyan como sustituto de un Estado de bienestar más amplio. En la izquierda, hay quienes quieren desligar la protección social del empleo y acabar con la fetichización marxista del trabajo; si te quedas sin trabajo no te empobreces. De pronto la crisis de la COVID-19 proporciona un experimento natural para el uso de la renta básica en el futuro.
Otras medidas que están tomando los gobiernos son ya conocidas, pero se descartaron hace décadas. Muchos países buscan evitar que las empresas quiebren e incluso hablan de nacionalizaciones, como en Francia, donde existe una larga tradición de estatismo y dirigismo. En un reciente decreto, el gobierno de Pedro Sánchez ha blindado a las empresas españolas ante inversores extranjeros que quieran aprovechar la crisis para adquirirlas; cualquier inversor extranjero tendrá que pedir permiso antes al gobierno (antes bastaba con informar tras la adquisición). Es una tentación que han tenido siempre los gobiernos. Esta vez, el cambio en la legislación será permanente y sobrevivirá a la crisis.
El proceso de desglobalización que vivíamos en los últimos años, con un creciente proteccionismo y guerras arancelarias, es posible que se acelere. Los países priorizarán la autosuficiencia y la producción nacional (especialmente de equipamiento médico o materias primas básicas) sobre el comercio abierto, atacando así el núcleo de la globalización y la idea de la ventaja comparativa (que implica que los países deben especializarse en producir aquellos productos en lo que comparativamente son más eficientes).
Estado de excepción
Muchas de estas medidas son temporales. En principio, el nuevo rol del Estado es excepcional. Pero, como recuerda un reportaje del Economist, “la historia nos indica que después de las crisis los Estados no suelen ceder el terreno que han conquistado”. Muchos de los grandes cambios que ha sufrido el Estado (casi siempre esto ha significado un aumento de su tamaño) a lo largo de la historia han surgido como consecuencia de una crisis.
Como dice el historiador económico Larry Neal, la Revolución industrial “se produjo precisamente durante y como consecuencia de las guerras napoleónicas” de finales del XVIII y principios del XIX. Países como EEUU o Canadá introdujeron los impuestos sobre la renta, o los ampliaron considerablemente, durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, y permanecieron tras la contienda.
Es posible que en próximas crisis al Estado se le pida más, una vez que ha quedado demostrado que puede hacer más de lo que parecía. Si se rescató a empresas e individuos directamente, ¿por qué no puede hacerse de nuevo? La idea de que hay medidas que no pueden pagarse perderá legitimidad; en muchas ocasiones sí se pueden pagar, el problema es que serán muy caras.
Estos cambios económicos, obviamente, tiene consecuencias políticas importantes. La intervención económica es también intervención política. Un Estado más “activista” es también un Estado más discrecional. Quienes llevan años pidiendo un rol más activo del Estado (la economista Mariana Mazzucato, por ejemplo, habla de un “Estado emprendedor” que tome la iniciativa inversora en vez de ir a la zaga) a menudo asumen que el Estado intervendrá a su favor o estará gobernado por tecnócratas bienintencionados; de nuevo es la asociación naíf entre socialdemocracia y Estado grande y virtuoso. Un Estado grande e intervencionista no es siempre un Estado solidario o eficiente. Y un Estado grande también puede ser neoliberal, como han recordado economistas como Adam Tooze o Katharina Pistor.
El futuro del capitalismo
Todos los cambios que está provocando la COVID-19 no ocurren en un vacío. Esta crisis ocurre en mitad de un debate, que lleva produciéndose un par de años, sobre el futuro del sistema y formas más inclusivas de capitalismo. La pandemia ha provocado un choque entre dos concepciones de capitalismo: por un lado, un capitalismo “tardío” financiarizado, desigual, altamente endeudado y globalizado; por otro, una idea de capitalismo dirigista, autárquico, con economía de guerra y una función del Estado como benefactor y gran empresa de seguros.
La “economía del Fyre Festival” (como llama el blog financiero Alphaville a la tendencia del capitalismo contemporáneo hacia la extracción de valor, la especulación y el fake, en referencia al fiasco del festival Fyre) de pronto se convierte en la política económica de la Segunda Guerra Mundial. En otras palabras: el capitalismo occidental posmoderno se está enfrentando a una crisis moderna.
Pero también se está viendo un choque entre una concepción moderna de la política, casi hobbesiana o schmittiana (“soberano es quien decide sobre el estado de excepción”) y una versión posmoderna. Si la política era últimamente una combinación de guerra cultural, gestión de la marca personal del líder y tecnocracia tras las bambalinas, hoy se desvela su cara más cruda, la del soberano tomando decisiones sobre la vida y la muerte de sus gobernados.
Cuanto más se alargue la excepcionalidad, más difícil será la vuelta atrás. Al mismo tiempo, si el estado de excepción perdura, las medidas excepcionales que están tomando los Estados para salvar al mundo de la pandemia dejarán de parecer excepcionales. El intervencionismo, la economía de guerra, el capitalismo de Estado volverán cuando tengamos que enfrentarnos a las crisis climáticas que nos acechan. Entonces, como hoy, las recetas clásicas no servirán, las divisiones ideológicas tradicionales no explicarán nada y las fronteras entre lo que consideramos ortodoxo y heterodoxo se difuminarán.

Borges en Cuba. Reseña de libro.


 Reseñas/CeLeHis Año 5, número 13, agosto - noviembre 2018 ISSN 2362-5031 

 Alfredo Alonso Estenoz 
Borges en Cuba. Estudio de su recepción 
Borges Center 
University of Pittsburgh 
2017 
166 páginas 
Las redes silenciosas del destino cubano de Borges 
Nancy Calomarde1 
1 Profesora Titular de Literatura Latinoamericana I, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba. Mail de contacto: nancycalomarde@yahoo.com.ar 
La lectura que propongo sobre el trabajo de Alfredo Alonso Estenoz, Borges en Cuba estudio de su recepción parte de recuperar una brújula que reúne al texto crítico con su corpus: la muy difundida noción de cuño borgiano respecto de la condición dinámica de la lectura, en los términos de una inestabilidad que en el contexto cubano adquiriría relocalizaciones específicas. En tal sentido, vale considerar que encarar un estudio pormenorizado del dinamismo en esa recepción a lo largo de varias décadas del siglo pasado (desde los años 20 a los 90) requiere de una máquina de lectura aguda que permita, por un lado, complejizar la relación entre los textos y 
sus mediaciones culturales, y, por otra, revisar la operación desterritorializada de una lectura que religa los puntos extremos de la geografía imaginaria y material de un diálogo y las derivas de la vida política y cultural de una vasta y compleja región como América latina. La tarea de rastrear en los archivos ese derrotero, entonces, se vuelve especialmente pertinente a la luz del carácter polémico de la presencia de la obra borgiana en un contexto (el cubano) con el cual ha guardado una recelosa cercanía. 
El estudio de Alonso Estenoz combina lúcidamente el trabajo sobre el archivo crítico borgiano y una red de discursos cubanos y continentales con los cuales dialoga. La estructura del libro consta de una introducción, más cinco capítulos y una coda a través de los cuales recorre los avatares de la recepción de Borges en la isla desde la deriva cubana de sus textos, el rol de las revistas, los suplementos culturales y los grupos e instituciones que forjaron Nancy Calomarde 
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las políticas culturales y las estéticas específicas y, a partir de allí, habilitaron, sesgaron u obturaron esa recepción. Entre las más relevantes se encuentran Diario de la Marina, Orígenes, Ciclón, Lunes de Revolución, El Caimán Barbudo o Casa de la Américas en cuyo entramado se juega el rol de su mediador fundamental, Roberto Fernández Retamar, pero también el del no menos relevante Virgilio Piñera. 
La introducción se abre con una maravillosa escena: la de un estudiante de letras de provincia que se encuentra en La Habana de 1989 con un desconocido autor cuyo apellido convoca al equívoco por su similitud con el de un comandante sandinista. La poderosa postal expone la errática presencia del autor argentino en la isla en un año clave. Esa errática —y errante— presencia (a la que el autor define como fruto de las políticas culturales de la Revolución), en verdad, visibiliza una historia contada a medias acerca de los complejos vínculos entre la política y la estética en Cuba y entre las políticas de la literatura entramadas en los modelos oficiales y la tensa lucha por la consagración de los paradigmas literarios en el contexto latinoamericano. No solamente esa recepción evoca las luchas entre las vanguardias y el realismo socialista y el realismo mágico también las matrices del barroco, el policial y el fantástico, en su juego por la imposición de un modelo de literatura nacional. La escena del estudiante me recordó el día en que visité por primera vez la casa de Lezama y encontré en sus empobrecidos anaqueles, múltiples y prolijos volúmenes de la revista Sur. Borges y Cuba comenzaban a hablar(se). 
A medida que avanzamos en la lectura, advertimos que el texto interroga de modo insistente la manera en que la obra de Borges fue atendida tempranamente por críticos y poetas (alrededor de los años 20). Esa cercanía sin embargo no tardaría en invertirse al ser invisibilizada por las políticas culturales de la isla y configurada como “antimodelo”, entre los 60 hasta fines de los 80. En este juego de silenciamientos, el discurso crítico operaría de manera evidente, contribuyendo a crear las condiciones su borradura. Sin embargo, dentro de este paraguas general que el texto explora con detenimiento, merodea en las fuentes de esos debates, expone sus tensiones y ocultamientos y lo hace a la luz de los aportes de algunos de los principales estudios críticos que se han ocupado de la cuestión en los últimos años. Así, luego de recorrer, en la Introducción, el marco de los principales debates latinoamericanos en torno al rol del intelectual y de relación entre cultura y estado y las algunas líneas estéticas fundamentales, el estudio expone la temprana circulación de los poemas ultraístas y criollistas de Borges en la imprescindible publicación Diario de la Marina. 
El primer capítulo del libro, “Tántalo en Buenos Aires” indaga la relación de (des)lecturas y afectos entre Borges y el escritor y crítico cubano, Virgilio Piñera. En la intermitente estancia de Piñera en Buenos Aires durante doce años, el cubano intentó de modos diversos construir una relación de proximidad y distanciamiento no solamente con la figura Borges, sino con el modelo de literatura que él encarnaba. Para rastrear este vínculo resulta imprescindible, como lo hace el crítico, recuperar la correspondencia del propio Virgilio con el director de Orígenes (1944-1956) y la que se entabla entre los directores de la revista (Lezama y Rodríguez Feo) como así también el texto fundamental del cubano que despertó la curiosidad de Borges, “Nota sobre literatura argentina de hoy”, producto de una conferencia reproducida luego en la revista que Las redes silenciosas del destino cubano de Borges 

dirigía Lezama. De modo paralelo, la publicación por invitación del argentino en Anales de Buenos Aires del cuento de factura borgiana (Calomarde, 2010) “En el insomnio” sella un diálogo que, no sin tensiones, expone el interés que la gran revista cubana sentía por el autor de Fervor de Buenos Aires. El capítulo no solamente muestra, en la línea de otros estudios (Fornet, 2006; Kanzepolsky, 2001, 2004; Jambrina, 2012; Calomarde, 2010), el eje La Habana y Buenos Aires que se proponía profundizar Piñera, en su rol de corresponsal, sino que recupera al soslayo la discusión y crítica que Piñera —de la mano de Gombrowic— formula en sus “revistitas” con relación al rol de Borges, el gran “escritor tantálico”. Además, repone los trazos del diario de Bioy Casares, Borges, donde algunos restos de esas tensiones complementan y actualizan la escena. Por último, el capítulo rastrea la diferida recepción de Borges en Ciclón, atada a los avatares de las tensiones intelectuales de la Cuba de los años 50, y el juego ambiguo entre homenaje y parodia de la recepción de Ortega y Gasset tanto en el contexto argentino como en el cubano, que visibilizan las luchas por el modelo de escritor e intelectual, los paradigmas estéticos e ideológicos y el modo en que el propio Borges (y su obra) se inscribe en ese debate. 
En el capítulo 2, “Primeros textos y lecturas críticas de Borges”, rastrea con minuciosidad la recepción crítica a través de reseñas y estudios relevantes de la obra del argentino en las principales publicaciones de la isla para indicar de qué manera esas lecturas producen una inscripción muy particular, mediada por los intereses y las perspectivas particulares. Desde el tradicional Diario de la Marina, Nadie parecía, Grafos y la propia Orígenes. Con relación a la sesgada lectura que realiza el propio Vitier sobre la obra de Borges el texto de Alonso Estenoz sugiere que “ofrece argumentos que van más allá de la mera preferencia personal o grupal” (59). Vale destacar que, en mi lectura, independiente de la consideración global de la obra borgiana que va de suyo, la lectura de Vitier se centra en los aspectos de su poética que sirven para potenciar las del grupo al que pertenecía y la suya propia. Es decir, Vitier lo lee como el poeta que es, en la red de metáforas que le son afines, borrando no solamente el lado de su narrativa rigurosa y centrada en los mecanismos de producción de la ficción con los cuales en la literatura argentina de los años 40 comienza a construirse modelo de literatura nacional, sino algunos de sus propios postulados poéticos. Por otra parte, el estudio hace visible un aspecto poco abordado por la crítica respecto de la inalterabilidad durante varias décadas en Cuba de los postulados fijados por Vitier en la recepción borgiana. De igual modo, el análisis de la relación que, en los años 90, establece el autor de Extrañeza de estar entre “ficción” y “yanqui” permitiría vislumbrar las luces y sombras de un modelo de lectura que ha permanecido fijo. 
El capítulo 3 se detiene en explorar la deriva de la obra borgiana en el marco de las operaciones críticas que habilita la política cultural de la Revolución, en particular las estrategias lectoras de Casa de la Américas y el modo en que la relación entre la poética borgiana y el núcleo idiosincrático de la revolución funciona en el debate intelectual latinoamericano de la segunda mitad del siglo XX. Resulta muy pertinente, entonces, leer como lo hace este texto al regresar al archivo y desempolvar los episodios menos visibles de la historia intelectual continental, como por ejemplo el lugar central de Borges en la Cuba postrevolucionaria, a través de su presencia estelar en las primeras páginas de Lunes de Revolución y de la Nancy Calomarde 
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fallida invitación de Casa de las Américas (1960) para participar como jurado del premio homónimo. Esa serie así construida nos permite matizar, precisamente, su lugar de antimodelo en la cultura revolucionaria y comprender esa recepción atada a los debates intelectuales de la hora, tanto locales como continentales. En el apartado último de este capítulo, titulado “Bajo la mirada marxista”, el trabajo interroga el “destino sudamericano” de Borges en la crítica literaria y en el marco del debate continental acerca de su lugar en el contexto de formas de deslectura borgiana que promueve la aplicación de un paradigma ortodoxo y que lo reduce, en definitiva, a “ideología trasvasada en mito” y a “destino de una clase a la que él representa”. En este contexto, Borges en Cuba incluye un debate imprescindible que abre la circulación del escritor del sur en el contexto cubano, la de la incorporación al canon cubensis de la matriz literaria del fantástico. Cierra esa sección con un repaso inevitable del Caliban de Fernández Retamar para examinar no solamente las transformaciones de la lectura de Borges al interior de la trama del pensamiento crítico del intelectual faro de la revolución sino cómo —precisa y quizá paradójicamente— esa la lectura colabora en su desaparición pública por casi dos décadas. 
El siguiente capítulo produce un acercamiento crítico a otra de las publicaciones clave, El Caimán Barbudo, suplemento cultural de Juventud Rebelde tanto como la menos conocida Puente donde interroga la relación entre cultura y revolución. A través de textos de Rivero, Arrufat, Barnet, Nogueras el autor explora el modo en que el modelo de intelectual vinculado a la acción —el dilema de “entre la pluma y es fusil” que también evoca Gilman— se dirime en las páginas de estas publicaciones. La noción de compromiso y la consagración de una poética-antipoética, conversacional y antiintelectual pareciera haber conspirado contra el modelo borgiano. Sin embargo, el estudio da cuenta de un escenario estriado que invisibiliza deliberadamente la obra el argentino en algunos casos, y en otros expone su incandescente presencia, especialmente en la obra de algunos escritores como el caso de Rodríguez Rivera que reconoce en Borges, una de sus principales lecturas. Aunque en la crítica haya dominado de manera más homogénea el ocultamiento, algunos textos literarios, como la novela Las palabras perdidas de Jesús Díaz, le permite al autor cerrar este círculo que había iniciado las páginas de El Caimán Barbudo para exponer la centralidad borgiana en determinados grupos, como paradigma de creatividad (casi contracultural) y, al mismo tiempo revisar su silenciamiento oficial. Con una contundente afirmación,”Borges era una figura central pero silenciada” (112), se cierra este recorrido . 
El último capítulo está destinado a explorar la obra del mediador, Roberto Fernández Retamar, respecto de cómo sus dispositivos lectores —desde su posición de intelectual orgánico de la revolución— modeliza un lugar para la obra borgiana en la cultura cubana que, eludiendo otras perspectivas también presentes en la isla, ha permanecido casi inalterado. La construcción de un Borges antimodelo de escritor latinoamericano es una responsabilidad que le cupo de modo casi totalizador a ese paradigmático ensayo Caliban (1971). Del mismo y paradójico modo, el libro de Estenoz hace visible cómo sus posteriores operaciones de reinvención van a marcar el carácter de esa recepción y el destino cubano de la obra de Borges. Desde Páginas escogidas de Jorge Luis Borges (1988), su único texto publicado en la isla, el estudio releva y conversa Las redes silenciosas del destino cubano de Borges 

con los principales trabajos críticos que, desde la revista Orígenes en adelante, Fernández Retamar le dedica al escritor argentino. Si bien la perspectiva dominante será la de “típico representante de una clase vieja” y poseedor de una “endiablada inteligencia”, el texto de Estenoz indaga cómo la lectura de Fernández Retamar invita a superar la antinomia política- obra. De modo paralelo, Borges en Cuba ayuda a comprender la obra de Borges en un contexto mucho más complejo, el de la relación que establece Casa de las Américas con la revista Sur, una publicación —como sabemos— en la cual él era su más conspicuo exponente. Que la revista cubana le haya dedicado un número al cese de las publicaciones regulares de Sur, el 1971, expone una zona mucho más matizada de los vínculos intelectuales y de la recepción de las obras. A mi juicio, uno de los méritos de esta investigación es hacer visibles esos raros cruces textuales, que ponen en entredicho las lecturas estabilizadas, y abrir, a partir de ellos, a nuevos abordajes. En la misma línea, el estudio indica con lucidez cómo es precisamente la gran revista cubana (con Fernández Retamar como líder) la que abre un espacio de “reconciliación” con la obra de Borges. La sección “Al pie de la letra” comienza a rehabilitar al argentino a través de operaciones de rectificación y deshielo. El Caliban revisitado pone en escena esa deconstrucción y allí el cincel de Estenoz interroga, al tiempo que contextualiza, su deriva desde los debates de Mundo Nuevo y el Caso Padilla en adelante. 
En suma, es este un libro necesario, un trabajo crítico que dialoga con otros estudios contemporáneos, una lectura que regresa al archivo para volver a leer, para releer lo estabilizado y exponer zonas poco conocidas de una recepción. Borges en Cuba se inscribe en la serie de escrituras-puente, que se esfuerzan por reponer en la escena lectura, las tramas —muchas veces enredadas y entrecortadas— de una conversación latinoamericana. 

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