Por Olga L. Miranda
En borrosos sueños veo siempre a una niña que deambula feliz por el jardín de la abuela,
aquel colmado de marpacíficos rojos, vicarias y rosas de abril;
la veo también enojarse por la injusta belleza de unas orquídeas parásitas
en el viejo árbol de higos rojos, dulces como miel,
en el viejo árbol de higos rojos, dulces como miel,
que la abuela recogía y guardaba celosamente hasta su próxima visita.
En días de ausencia, esa niña viene a mi memoria
rodeada de otras chiquillas locas
que saltan y cantan estrofas ya olvidadas en el tiempo,
“déjala sola, sola solita, que la quiero ver bailar”.
En mañanas lluviosas, esa niña viene sigilosa y me suplica algo al oído,
parece que su gatica negra esta afuera,
maullando junto a su ventana para que la dejen entrar.
En días de agosto, veo a mi niña jugando a mirar las nubes
e imaginar son figuras de monstruos enormes o barcos como montañas,
e imaginar son figuras de monstruos enormes o barcos como montañas,
la oigo decir orgullosa a su padre que gano la competencia
porque aquella nube no podria ser otra cosa que un gran conejo blanco.
Su padre rie feliz de verla victoriosa.
En días extraños, la niña aparece de súbito, me toma de la mano,
y me pide por favor que no corten su cabello,
luego la veo llorando toda la noche con la cabecita escondida bajo la almohada
para ocultar el peladito que detestaba.
Un noche muy obscura, la soñé aterrada de ver la sangre pegajosa en sus pies,
después de haber roto, sin querer, la fina porcelana de China,
que su madre nunca mas podría reponer.
Un día de estos, le pediré a mi niña misterio, a mi niña fantasma,
a la niña de mis sueños, que me lleve con ella,
le prometo arrancare las orquídeas,
abriré las ventanas a su gatica negra,
cantare con ella las mismas canciones,
jugaremos a las nubes todas las tardes,
nunca mas cortaran su cabello y,
sobre todo, la haré olvidar aquella sangre pegajosa por la carísima y rota porcelana de China,
que su madre nunca pudo reponer.
Que nina tan traviesa. Me gusta!
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