publicado en salonkritik en Octubre 03, 2013
Es terrible que no haya una forma más o menos convencional para expresar lo que aparece como un monstruo que, de alguna manera, se trata sólo de una sombra en tu vida: la supuesta obra literaria que has escrito durante la mayor parte de tu existencia.
Es terrible desconocer el momento en que la ansiedad por escribir: ciega, boba, como ya he señalado en otras ocasiones -sin un sentido definido salvo el de practicar la escritura por el simple placer que causa admirar las palabras plasmadas en letras de molde sobre una superficie- pasó a formar parte de eso que algunos llaman la obra, lo literario, lo que define a alguien con, entre cosas, el término de ”escritor", ”creador", "artista”; elementos que, de cierta manera, permiten ser alguien clasificado, archivado, entendible, alguien capaz de cumplir con las normas mínimas que se requieren para ser considerado una suerte de ente social.
Es terrible constatar que otorgarle al que escribe el nombre de escritor permite que se tenga la sensación de encontrarse frente a alguien que puede ser comprendido en algún punto.
Es terrible que yo, en mi caso particular, no cuente con una memoria viva con respecto a mi propio trabajo.
Es terrible porque, entre otros asuntos, el suceso de escritura ocurrió mucho antes de que el texto llegara al poder de un editor o de un lector. Se dio en el momento en que fue impresa la huella en letra de molde.
Y es terrible porque ese suceso de escritura ocurrió precisamente para ser olvidado al instante. Muchas veces he pensado que precisamente aquella fue su razón de ser. Poner en práctica algo que ya he denominado en otras ocasiones -con temor a sonar como alguien pagado de sí mismo- El Sello de la no Memoria.
Es terrible todo esto porque me parece absurdo ofrecer una explicación hasta cierto punto coherente a una acción de esta naturaleza. Con esto no quiero decir que no soy capaz de justificar hasta la última señal ortográfica publicada, explicar por qué se utilizó determinada palabra y no otra, las razones por las que el proceso se realizó con una precisión y una certeza hasta cierto punto exagerada. Pero si bien es verdad que hubo una entrega intelectual de cierto tipo -esto lo comento con el objeto de no confundir mis acciones de escritura con escritura automática-, ese esfuerzo trae consigo, como señalé, el olvido como una de sus marcas de origen.
Por eso es terrible que todo lo que diga al respecto no sea sino sólo una mentira.
Es terrible también realizar una serie de malabares, creando explicaciones entre la relación de verdad y no verdad, la autobiografía y el invento, la formación de momentos de un dramatismo tal ante el cual, uno como autor tiene la certeza de que el lector no podrá resistirse a los caminos de seducción que se ofrecen en la lectura que tiene al frente. Sin embargo, todo ello no es más que un juego retórico. Un ejercicio que, de cierta manera, está única y tristemente prolongando lo que aparece en los propios libros: lo terrible que significa no poder expresarse.
Es terrible que para mí haya sido importante la publicación de una primera parte de mis Obras Reunidas. Principalmente porque me vi obligado a repasarlas, a ver cierta cantidad de ellas formando un todo, y fue cuando experimenté de manera aguda el hecho de constatar que, a pesar de encontrarse presentes una serie de elementos repetitivos, de ejes desde los cuales podrían explicarse los libros, me di cuenta de que ninguno de ellos, a pesar de que el otro -el lector- tendría derecho a construir determinadas teorías basadas en elementos que yo mismo había creado, podría llegar a establecer ninguna verdad concreta.
Fue terrible advertir que existe allí, en grado sumo además, una falsedad frente a la cual soy incapaz de reconocerme.
Y es más terrible aun saber que no hay palabras -porque no existen- para tratar de decir algo así como que lo que está presente es cierto y no al mismo tiempo.
Es terrible además darme cuenta de que, desde que ya no existe la fotografía, trato de hacer de todo lo que tenga que ver con la destrucción de una forma artística tal como era conocida.
Es terrible que me parezca interesante haber participado, desde sus comienzos, en la destrucción de determinada manifestación artística.
Es terrible que una vez que colocó las primeras cámaras en el mercado, la Hewlett Packard me hubiese entregado un equipo fotográfico digital completo.
Es terrible saber que participé en el origen de la destrucción de la foto, porque con ese envío la Hewlett Packard trataba de demostrar que la fotografía digital estaba llamada a convertirse en la actividad central en el proceso de sellar imágenes.
Es terrible que estemos casi siempre acostumbrados a celebrar los nacimientos, pero casi nunca las muertes. En ciertas culturas los ritos de la muerte tienen que ver con fiesta, sin embargo no con celebración. Por supuesto, me refiero a la desaparición de la fotografía tal como fue concebida en sus orígenes. En la cual -para no describir detalles obvios- lo importante muchas veces era el “hacer”, el construir una imagen, además del proceso químico por el que se transcurría desde el momento de definir a través del visor determinada realidad hasta el instante en que había una suerte de prueba, de documento que daba fe de la acción realizada por determinado fotógrafo.
Y es terrible apreciar que eso, con el monopolio de lo digital, ya no existe más.
Es terrible darse cuenta de que lo que algunos consideran un avance científico -la fotografía digital- sea en realidad solamente transformar en cámara el ojo humano.
Es terrible ver que actualmente ya no hay ninguna diferencia entre el ojo y una cámara digital, ambos funcionando a través de impulsos eléctricos, cosa que no ocurría con las cámaras no digitales, con las cuales hice las fotos que considero fotos.
Es terrible que se pierda el disfrute del hacer, del crear, para situarse sólo en la evidencia de la prueba. Es por eso tan común oír que ambas técnicas ya llegaron a un nivel semejante de perfección. Aquella idea vendría a ser, hasta cierto punto, cierta sí la hipótesis se basa sólo en resultados.
Es terrible que en este momento nadie pueda escapar al influjo de lo digital.
Es terrible que pronto algo similar ocurra con la escritura.
Es terrible ser testigo de cómo -de la misma forma como acabó con todos aquellos que confiaron en lo digital como una alternativa más-, así de esa naturaleza ocurra con todos aquellos que utilizan los programas de escritura digital
como si fueran sistemas inofensivos de escritura.
Es terrible saber que quien abandonó la máquina de escribir tradicional va a estar sometido por la misma ley, en la cual los resultados estarán por encima de los procesos.
Y es terrible también saber, que como mi obsesión nunca estuvo centrada en la fotografía como tal, soy capaz de participar, de manera activa además, en aquella extraña forma de apreciar la realidad a través de los sucedáneos de lo fotográfico con lo que contamos sin demasiado esfuerzo a nuestro alrededor.
Es terrible que esté a punto de publicar un pequeño libro donde aparecerán por primera vez las Fotos Bellatin, que no serán otra cosa sino bocetos –realizados en el minuto que tarda una foto estenopeica en formarse.
Es terrible apreciar que si alguien pretendiese llamarle dibujo a una Foto Bellatin deba admitir entonces también que una foto digital no es una foto.
Es terrible que hace poco, en Montevideo, haya Uruguay con Austria, pues son los dos países con tal cantidad de buenos autores en una mínima extensión geográfica.
Es terrible El libro de los muertos.
Son terribles los intentos de homenajes secretos que allí aparecen.
No dejan de ser terribles las conversaciónes absurdas que se puedan sostener con J.C. Onetti, con Felisberto Hernández, Marosa di Giorgio, por citar sólo a tres en este momento.
Y es terrible no continuar, porque al igual que con la escritura en general, se empiezan a amontonar alrededor del título del El Libro Uruguayo de los Muertos una serie de elementos que son difíciles de explicar, que están engarzados no sólo a ilusiones sino a experiencias concretas que me llaman a que ese libro lleve ese título y no otro.
Es terrible el viaje que emprendí con Rodolfo Fowgill a Montevideo.
Es terrible que Rodolfo Fowgill sea una persona que actualmente añoro.
Es mi proposito con este blog compartir asombros y huellas, rendir tributo al encuentro, al amor, y a la obra siempre inconclusa del pensamiento desde la diversidad de ideas y culturas.
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